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miércoles, 3 de junio de 2015

Todo esfuerzo tiene su resultado, a veces sólo es cuestión de insistir más tiempo, o de otra manera. Compruébalo!

Venía pensando en el autobús que una de las consecuencias, quizá más nefastas, que la crisis ya está dejando, es la sensación de indefensión que estamos adquiriendo.

Parece que hagamos lo que hagamos no vamos a conseguir nada, y esto puede generar: frustración, malestar, negativismo y derivar en graves problemas de salud.

Cuando uno considera que con sus actos no obtiene ningún resultado, deja de insistir y se queda con los brazos cruzados esperando que algo mágico ocurra o intentando aguantar como sea hasta que la situación pase por sí misma. Las dos opciones son negativas, porque creer en la magia es creer en algo que no existe, y aguantar como sea es estar en malas condiciones porque lo que no crece decrece.

Unido a nuestra actividad, y es lo que vemos a diario y cada vez más: Con la búsqueda de empleo ocurre lo mismo: Busco ofertas, envío el currículum y no me llaman de ninguna parte, entonces ¿Para qué seguir buscando?, ¿Por qué seguir agotando esfuerzos?, y es cuando se mira hacia otro lado ( y en ese otro lado si que no hay nada). Cuando precisamente hay que buscar el doble y no dejar de hacerlo, aunque quizá con otros métodos que hablaremos en otros posts...

Resultado de imagen de indefensión aprendida ejemplosTodo esto puede generar una indefensión aprendida y además ahora generalizada y colectiva. Este podrá ser, junto a otros, uno de los mayores problemas que nos acarre la crisis. Y hay que prevenirlo con la mayor urgencia.

La indefensión aprendida es la condición de un ser humano o animal que ha "aprendido" a comportarse pasivamente, con la sensación subjetiva de no poder hacer nada, por lo tanto no actuará a pesar de que existen oportunidades reales de cambiar la situación aversiva ( evitando las circunstancias desagradables o mediante la obtención de recompensas positivas).

Ahora vamos a ver un ejemplo muy claro de la mano de Jorge Bucay (y cada uno lo trasladará a su entorno).


                                         EL ELEFANTE ENCADENADO

Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales... Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas. Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir. El misterio sigue pareciéndome evidente. ¿Qué lo sujeta entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: «Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?». No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, olvidé el misterio del elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho esa pregunta alguna vez. Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño. Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él. Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro... Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no puede. Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo. Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza... Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que «no podemos» hacer montones de cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo, cuando éramos pequeños, lo intentamos y no lo conseguimos. Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: No puedo, no puedo y nunca podré. Hemos crecido llevando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y por eso nunca más volvimos a intentar liberarnos de la estaca. Cuando, a veces, sentimos los grilletes y hacemos sonar las cadenas, miramos de reojo la estaca y pensamos: No puedo y nunca podré. 


Ten cuidado no te pase lo mismo. No dejes que esa estaca pequeña o que algún día seguro será pequeña, te impida moverte, te bloque (a veces la estaca está en nuestra mente), insiste cada día, consigue tu hacerla pequeña, todavía tienes medios para ello.


Hoy el camino ha sido rentable porque también he leído una frase de Albert Einstein, en un plasma de comunicación que han colocado al lado de nuestras oficinas "Si quieres resultados distintos no hagas siempre lo mismo". No sé si el camino ha sido rentable o es que yo hoy estaba pre-dispuesta a sacarle provecho, porque ya sabes que la actitud tiene gran peso en nuestros resultados y sino vuelve a leer la fábula.

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